Este coqueto edificio es un antiguo hotel que se encuentra en la frontera franco-española, y que recibe hoy en día numerosos visitantes. Su nombre está lleno de poesía y originalidad: el Beldévère du Rayon-Vert. Cual buque encallado enmedio de la localidad se yergue este palace de hormigón. A la luz del atardecer otoñal, el Beldévère du Rayon-Vert, construido en 1932 junto a la estación de tren, acogía a los viajeros que se dirigían a España. Los huéspedes llegaban en tren, en coches-cama, y debían esperar un par de días el cambio agujas de su tren, lo que hizo que su dueño, bisabuelo del propietario actual, decidiera convertirlo en un lugar acogedor mientras durara su estancia. Pasó del lujo al abandono en los años 80, y hoy en día el antiguo hotel-mirador se considera monumento histórico. Sus paredes albergan, entre otras salas, una sala de proyecciones cinematográficas. Desde entonces nada ha cambiado. En el restaurante resuena todavía el eco de los comensales y los compases del sonido del viejo piano. Por los ventanales del bar en el que los huéspedes tomaban el aperitivo o el café después de comer entra la misma luz de antaño, cuando resonaban las llamadas en la centralita de recepción. Este hotel debió ser sin duda la más bella escala de viajeros afortunados que disfrutaron de la proximidad única del mar y el ferrocarril.
Es en este entorno maravilloso donde presentamos las conclusiones del Seminario MEFROP, Memòries d’Europa a la Frontera dels Pirineus. Un proyecto cuyo objetivo es la creación de un centro de trabajo en red sobre las diferentes memorias culturales de la frontera catalano-francesa.
A destacar la colaboración de mis compañeros de viaje, sin cuya inestimable colaboración nada hubiera sido lo mismo. Sirvan de ejemplo las dos fotos tomadas en el Memorial Walter Benjamin (con y sin ellos) para ilustrar hasta qué punto cambian las cosas con su presencia.