Conference interpreter during the Punk seminar: its traces in Contemporary Art

El punk surgió en Londres y Nueva York entre 1976 y 1978 como una explosión de malestar y descontento ante una situación sin futuro que prendió y se extendió geográficamente a gran velocidad.  Hasta el 25 de septiembre podemos ver en el MACBA ver la exposición “Punk. Sus rastros en el arte contemporáneo”, una exposición que recorre la influencia del punk en el arte actual y se hace eco de la importancia de su presencia como actitud y referente entre muchos creadores. Y qué mejor manera de desmantelar cualquier residuo revolucionario, radical o insurgente que quedase del punk que organizar una exposición sobre él? ¿Hay manera de ser más traidor al potencial perturbador del punk que intentar categorizarlo y desmenuzarlo en apartados, esquemas y referencias? ¿Cómo asegurar mayor discrepancia entre exegetas, hagiográficos, cronistas, testigos o amantes del punk que elaborar una lista de lugares en los que está presente? ¿Es museizarlo una manera de descuartizarlo y certificar que está muerto, o bien de serle más fiel? El punk ejemplifica una actitud hecha de rabia, inconformismo e incorrección, pero también de contradicción e incertidumbre. Esa diversidad conforma el hilo conductor del seminario que organizó el Macba la semana pasada: de las preguntas que llevaron a Greil Marcus, tras asistir al último concierto de los Sex Pistols, a relatar su experiencia en Rastros de carmín, a las reflexiones de Marina Garcés sobre el clasicismo punkie, al que seguimos enganchados con amor y odio. También de la actitud anti que va más allá de la pose a través de Bob Nickas guiado por The Fall; las preguntas de Eloy Fernández Porta sobre estas artes del traslado y los procedimientos de valorización cultural a través de dinámicas de inclusión y exclusión; y, como cierre, Kendell Geers con su cuña de PostPunkPaganPop y las trampas que en ella se esconden.

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I have been working as a simultaneous interpreter since 1992, and my very first assignment was none other than the Barcelona Olympic Games. I was proud to be part of such a historic event, as it allowed me to combine my passion for both sports and my profession.

In my early years, I found myself wanting to be every professional whose world I entered from the interpreting booth. Enthralled by the excitement of the athletes representing us, I dreamed of becoming an Olympic sailor. Another day, I returned home determined to be the best coach. A respected pediatric surgeon. The most efficient orthodontist. A renowned publishing director. A stairlift manufacturer. A high-fashion model. A driver on the new metro line. An actress, a sculptor. A nurse. A President of a board of directors.

I quickly realized that pursuing so many professions, no matter how fascinating they seemed, would be impossible. Instead, I chose to embrace the privilege of giving voice to the remarkable individuals I have had the honor of interpreting for, carrying a piece of each one with me.

I cannot deny that every client I have worked with has left a lasting impression on me, enriching both my personal and professional growth.